lunes, 17 de septiembre de 2012

los caracoles

los caracoles






El caracol va muy lento. Va tan lento que, si dudara demasiado, si volviera tras sus pasos alguna vez, no llegaría nunca a ninguna parte. El caracol va lento, muy lento, pero su constancia hace que sea en verdad muy rápido. Su capacidad física es minúscula, pero la compensa con su fortaleza mental.
Un caracol es más rápido que, por ejemplo, un sapo. Si el sapo quisiera podría ir muy veloz, pero la cuestión es que no quiere, y eso lo hace lento. Si te giras unos minutos y vuelves la vista, es posible que siga allí, mientras que un caracol habrá ya desaparecido y probablemente no lo vuelvas a ver más.
El caracol va poco a poco, pero de forma constante. No tiene huesos, tiene que arrastrarse por la tierra con esa inmensa cáscara encima, y lo compensa con una determinación absoluta y una gran resistencia.
El caracol nos dice que no importan tanto nuestros talentos como el uso que les damos. Alguien puede tener un gran talento, pero si no tiene constancia en su desarrollo no va a hacerle más feliz ni a darle ningún resultado. En cambio, alguien que sólo tenga un poquito de talento, pero una gran fortaleza mental traducida en constancia a la hora de desarrollarlo y expresarlo, va a ensombrecer a cualquiera aparentemente más dotado pues su voluntad le llevará a exprimirlo al máximo y aun a llevarlo a territorios que antes no conocía y que a su vez le pueden llevar al descubrimiento de otros talentos dormidos.
La constancia y el esfuerzo, la determinación con la que realizamos nuestras acciones, es lo que en último término decide nuestro destino. No importa que nuestras cartas sean malas, si sabemos jugarlas, mientras que si son muy buenas pero no sabemos o no queremos jugar en la gran partida de la vida, perderemos. Y perder significa que no nos realizaremos, que no nos sentiremos plenos, que al llegar la hora final sentiremos que hemos malgastado nuestra vida.
El caracol nos incita a confiar en nosotros mismos, a no juzgar nuestras propias capacidades, a edificar rumbos precisos y fuertes establecidos desde el corazón y la intuición y a seguirlos con persistencia, sin caer en la ceguera ni la tozudería. Nos dice que las grandes cosas empiezan por un pequeño paso, y que el primer paso es el más importante. Y que, una vez dado, ya no se debe mirar atrás, ni volver atrás, pues el viaje ha empezado y la vida es corta, y debemos confiar en que hemos dado ese paso movidos por una fuerza noble y positiva. El rumbo puede ser corregido, pero si empezamos a dudar mucho no haremos otra cosa que dar vueltas sobre nosotros mismos.
El caracol, al pasar, va dejando un rastro de babas. Son todas las dudas que deja atrás, todas las limitaciones que le impusieron, todas las etiquetas con las que ha estado cargando y que poco a poco va soltando mientras, con paso lento pero firme, se dirige con su casa a cuestas hacia las verdes hojas que le dan sustento o a los rincones húmedos que le ofrecen perfecto refugio.

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